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Trump condenado al ostracismo digital

Trump condenado al ostracismo digital

Donald Trump ha coqueteado con las fake news y la desinformación, ha aprovechado su posición para tener una posición de privilegio y finalmente ha alentado acciones que han desembocado en violencia. ¿El apagón digital que está sufriendo él y su entorno es lícito? Hagamos un poco de repaso de cómo se ha llegado a esta situación.

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Donald Trump durante todo su mandato ha tenido una relación amor – odio con la mayoría de Redes Sociales. En más de una ocasión se le ha despublicado o etiquetado una publicación por ir en contra de las normas de uso de alguna plataforma. Sí que es cierto que han habido RRSS más permisivas con sus mensajes como Facebook y que otras como Twitter han intentado en todo momento aplicar unas normas “especiales” a sus publicaciones. El hecho de ser el Presidente de los Estados Unidos le ha permitido tener un estatus especial, gracias al cual ha podido conservar sus cuentas en circunstancias en las que cualquier otro usuario las hubiera perdido.

Que Trump perdiera sus cuentas en una red como Twitter era cuestión de tiempo. Desde noviembre, cuando perdió las elecciones presidenciales, ya se venía hablando de cuánto tardaría en suceder desde el momento en que dejara de ser presidente. Lo que nadie se esperaba es que todo se desencadenara tan rápido.

La revuelta del Capitolio ha sido un acelerador, no solo del apagón digital de Trump, sino también de la balcanización de las redes. Este proceso se ha ido acentuando cada vez que Trump ha sufrido la des publicación o el etiquetado de una de sus publicaciones. Redes como Gab o Parler se han ido beneficiando y convirtiendo, poco a poco, en refugio de sus partidarios más extremistas. Oleadas de estos usuarios han acudido a estar redes refugio bajo la bandera de la libertad de expresión. Bandera que ha ondeado siempre en la defensa de Trump para intentar evitar la pérdida de visibilidad, pero a la vez para visibilizar su victimismo.

A modo de apunte. Cada vez que se ha producido esta situación se ha tomado como ejemplo por fuerzas políticas afines para crear un símil y afirmar que también están siendo censurados. En España partidos como Vox han alimentado esta idea en más de una ocasión y determinados influencers como Alvise Pérez se han convertido en adalides de la libertad de expresión y víctimas de la censura asemejando su situación a la de Donald Trump.

Volviendo al apagón digital de Trump y la alt-right. El punto de inflexión, como ya he comentado, fueron los disturbios del Capitolio. En primer lugar la suspensión temporal de sus perfiles provocaron todo un alud de opiniones sobre si esa temporalidad debía convertirse en permanente. Algunos argumentan que perder un perfil con más de 89 millones de seguidores, además estadounidenses en su gran mayoría era algo que consideraban, ya que estos usuarios son los más rentables económicamente hablando. Fijaros, justo después de la suspensión del perfil de Trump en Twitter sus acciones han caído un 7%. A fin y a cuentas si estas plataformas no han actuado antes ha sido precisamente por motivos económicos.

Pero pese a estas primeras tímidas medidas, la gran opinión pública, sobre del bando demócrata vencedor en las elecciones, ha conseguido desencadenar una cadena de acontecimientos que está llevando a Trump a un apagón digital.

Twitter, Facebook e Instagram han decidido suspender permanentemente sus perfiles, Shopify ha eliminado las tiendas que le daban soporte económico a sus seguidores, Reddit ha eliminado uno de los foros de soporte a Trump. Y otras redes como SnapChat tampoco se quedan atrás.

Las reacciones no se han hecho esperar. La familia de Trump ya ha anunciado que también abandonará las redes en las que han suspendido los perfiles de Donald, en San Francisco la policía ya se está preparando para una manifestación de protesta en la sede de Twitter por parte de seguidores de Trump y por supuesto las llamadas a abandonar estas redes y colonizar otras como Parler han sido lo más habitual en los entornos próximos al presidente saliente.

Seguramente el miedo a que una red como Parler sea refugio de extremismos que alientan la violencia ha sido también el detonante para que Google y Apple la hayan retirado de sus tiendas de aplicaciones y para que Amazon haya tomado medidas más drásticas como dejarla sin servidores, lo que ha supuesto que en estos momentos la aplicación esté fuera de servicio. Todo esto está provocando que ya se esté hablando de una TrumpNet, un espacio creado ad hoc, con sus propias reglas y desde el que hará falta tender puentes a otros espacios digitales si no quiere funcionar solo como caja de resonancia. Su principal reto será ¿cómo llamar la atención?

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Llegados a este punto vuelvo a la pregunta inicial. ¿Están las plataformas legitimadas para tomar decisiones que afectan a la libertad de expresión? ¿Pueden decidir sus ejecutivos qué está bien y qué está mal? O ¿deben ser sus usuarios los que decidan qué se puede o no se puede publicar? Porque ¿qué papel debe tener el gobierno en todo esto?

Lo que ha quedado claro es que los gobiernos reaccionan normalmente tarde a todos estos sucesos, no tienen la capacidad de reacción necesaria, garantizando un mínimo de legalidad, para que judicialmente se retire una publicación. Las empresas ya han demostrado que a pesar de sus “buenas intenciones” también han alimentado el extremismo y la polarización, han dado soporte y proporcionado infraestructura, ya que le son rentables. Ahora intentan reaccionar, pero el monstruo ya está vivo y alimentado y aunque le hayan dejado sin su madriguera no tardará en buscar otra. Y los usuarios, pues eso, dependiendo de quién sea mirará por su propia perspectiva, por su posverdad, por su interés marcando las líneas de la libertad de expresión con más o menos fuerza con base en sus intereses.

En la lucha contra los extremismos, la desinformación, las fake news es importante quitar toda la visibilidad posible a estas ideas, a estos grupos. Son muchos los estudios que avalan que la mejor manera de contrarrestar  la difusión de determinada información o ideología es quitarle los altavoces de los que disponen, no hacerles caso. Pero la pregunta clave es quién debe tener la potestad para decidir quién puede tener o no un altavoz mediático. Si no se cumplen unas condiciones mínimas el peligro es para la libertad de expresión, pero tampoco vale el todo vale visto lo visto.

El reto de las RRSS es cómo reformular la economía de la atención sin dañar la libertad de expresión. De momento son muchos los que ven a estas grandes empresas tecnológicas como auténticos señores de la guerra digitales debido a su gran poder.

Pienso que tenemos por delante un largo camino por recorrer en el que se deben definir unas nuevas reglas de juego que conformarán nuestra sociedad para bien o para mal. No hay que dejar hacer, hay que tomar parte activa para que el futuro que queremos sea el mejor para todos.


*** Esta reflexión se ha generado estirando el hilo de la opinión dada en Beers&Politics sobre este tema junto a otros autores.


Un libro

The Short Life and Curious Death of Free Speech in America

by Ellis Cose

Este libro explora uno de los derechos más esenciales de América -la libertad de expresión- y revela cómo se está desmoronando bajo el peso combinado de la polarización, la tecnología, el dinero y la mentira sistematizada.

La libertad de expresión ha sido por mucho tiempo una de las libertades más veneradas de los Estados Unidos. Sin embargo, ahora más que nunca, la libertad de expresión está reconfigurando el panorama social y político de Estados Unidos, incluso cuando está siendo atacada. El autor de bestsellers y periodista aclamado por la crítica, Ellis Cose, entra en el debate para revelar cómo este derecho constitucional ha sido cooptado por los ricos y los políticamente corruptos.

Una noticia

Muchos habréis podido leer la noticia sobre Whatsapp y cómo va a compartir información con Facebook sí o sí. Menos mal que el RGPD hace de muro de contención a las prácticas abusivas de Facebook en temas de privacidad.

Tener en cuenta que no es poca la información que WhatsApp capta a pesar de la encriptación de extremo a extremo. La verdadera fuente son los metadatos:

Revelan a quién conoces, con quién te envías mensajes, cuándo y con qué frecuencia.

¿Pensáis que pese a esta obligatoriedad de ceder los datos a Facebook en muchos países, habrá usuarios que se den de baja?

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