La tecnológica es la última brecha social
Hace un año el mundo cambió. Una vez más, sí, pero de forma seguramente más profunda. Millones de personas se han enfrentado en este tiempo a la muerte, a la ruina económica o, en el mejor de los casos, a las consecuencias de la soledad y de vivir con miedo a respirar. La ficción distópica llevaba décadas avisando, pero cuando el virus llegó no estábamos preparados para abordar esa realidad. Ahora hasta el poder geopolítico depende de la capacidad para producir y distribuir vacunas.
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Antes del virus el mundo no había dejado de cambiar. Es más, cada vez lo ha ido haciendo a mayor velocidad. Hace cuarenta años pocos tenían un ordenador. Hace treinta apenas algunos tenían internet. Hace veinte no muchos navegaban con el móvil. Hace diez aún leíamos en papel. Cambios que antes llevaban generaciones enteras ahora se completaban en años.
El problema es que en estos doce últimos meses ese progreso acelerado ha conocido una nueva dimensión: en un año, a consecuencia del virus, la tecnología ha acabado por invadir hasta los últimos rincones de nuestra vida. Antes usábamos dispositivos para todo, pero es que ya no queda nada que hagamos en lo que no medie una pantalla.
La inercia, por tanto, existía, pero el confinamiento la aceleró. Encerrarnos en casa implicó que para poder seguir participando de la sociedad necesitabas estar conectado. Estar en contacto con los tuyos, informarte, comprar, trabajar o seguir con los estudios pasó a depender del acceso a la tecnología: o tenías un dispositivo conectado a internet o, literalmente, estabas aislado. Vacías las calles, la vida se mudó a las pantallas. Y, lógicamente, mucha gente se quedó fuera.
Brecha tecnológica y social
«Hay un cambio de narrativa sobre la tecnología. Hace años se daba por hecho que reduciría la desigualdad, pero ahora vemos claro que también puede amplificarla, que no es mágica ni neutral», resume José Carlos Sánchez, consultor y responsable del área de Inteligencia en Prodigioso Volcán. En su opinión, «el temor a la relación entre tecnología y desigualdad siempre ha existido. En estas llega la pandemia y todo se acelera. Dejamos de hablar de tecnología y hablamos más de digitalización, forzada y acelerada. Ya no son máquinas lejanas, son nuestros dispositivos y nuestro día a día», explica.
«Hay un cambio de narrativa sobre la tecnología. Hace años se daba por hecho que reduciría la desigualdad, pero ahora vemos claro que también puede amplificarla, que no es mágica ni neutral»
Sánchez enumera datos de la Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías de información y comunicación en los hogares, publicado por el INE en noviembre de 2020, para poner de manifiesto esa presencia masiva de dispositivos conectados a nuestro alrededor.
«El 93,2% de la población de 16 a 74 años había usado a internet en los tres meses anteriores [a la encuesta]. El 81,4% de los hogares con al menos un miembro de 16 a 74 años tenía algún tipo de ordenador. El 95,3% del total de hogares contaba con acceso a internet por banda ancha fija y/o móvil».
Es decir, la tecnología ya lo invadía todo. Pero cuando la variable se cruza con los ingresos se ven las brechas: «El 96,2% de los hogares con ingresos mensuales netos de 2.500 euros o más dispone de acceso fijo y el 3,6% lo hace solo a través de móvil, mientras que en los hogares que ingresan menos de 900 euros los porcentajes son del 62,7% en acceso fijo y del 23,2% solo mediante el móvil». Resumido: a mayor ingreso, mayor y mejor conectividad.
Por tanto, salvar la brecha tecnológica no es tan sencillo como contar con un dispositivo conectado, porque las aristas de la brecha son muchas. Tu acceso va a depender de la calidad e intensidad de la señal, de la potencia de tu dispositivo, de cuántos tengas en casa para cada habitante, de cómo de eficaz sea tu tiempo conectado… Y, por supuesto, de que sepas manejarte en un entorno virtual que nada tiene que ver con un entorno real.
En ese punto intervienen factores añadidos a lo económico, y algunos se visibilizan en el punto de origen mismo de lo digital. El tecnológico, advierte Carlos Guadián, consultor de asuntos políticos y tecnológicos, es un sector «fuertemente masculinizado» y con una media de edad baja, lo cual implica un importante sesgo generacional y de género. Pero ni siquiera hace falta llegar a cuestiones tan concretas para ver las fisuras a la digitalización.
«Es importante valorar hasta qué punto las desigualdades tecnológicas pueden perpetuar muchas de las otras brechas que existen», coincide Sánchez. «Un estudio de Fundación Alternativas, por ejemplo, apuntaba hace un par de años que la cuestión más relevante “no es el surgimiento, con una nueva faz, de la desigualdad, sino la amplitud, el alcance y la duración de tal desigualdad”. Solemos hablar de los nuevos excluidos, pero no tanto de hasta qué punto la digitalización va a provocar que quienes estaban excluidos lo sigan estando. Y por cuánto tiempo y con qué oportunidades. O, sumado a lo anterior, hasta qué punto la tecnología per se puede no solo no solucionar la desigualdad automáticamente, sino incluso agrandar las diferencias que ya existen», advierte.
«Es importante valorar hasta qué punto las desigualdades tecnológicas pueden perpetuar muchas de las otras brechas que existen»
DE LA DESIGUALDAD A LA EXCLUSIÓN
«Con la pandemia se acelera nuestra relación, y quizá dependencia, de la tecnología. Pero, sobre todo, aumenta la conciencia de que la brecha digital también es social, política, económica…», apunta Sánchez. Y como la tecnología llega a cada rincón de nuestra vida, la brecha tecnológica es transversal a todo lo demás. Es una grieta atravesando las brechas que ya existían.
«La pandemia ha acelerado la necesidad de la transformación digital de muchos sectores de la sociedad», explica Guadián. «La educación es uno de los mejores ejemplos. Pese a los esfuerzos que muchas Administraciones y trabajadores del sector han hecho, ha quedado de manifiesto que sin un cambio en las metodologías y en las herramientas de soporte, la exclusión que buena parte del alumnado ha sufrido se puede agrandar».
»Niños y niñas sin dispositivos adecuados para seguir las clases a distancia, centros sin la tecnología adecuada y profesores sin las habilidades necesarias para poder cerrar esa brecha digital. En otros ámbitos ha ocurrido algo parecido. Las pymes son objeto ya desde hace algún tiempo de procesos de transformación digital, pero el empujón que han sufrido con los cierres les está abocando a un nuevo escenario en el que si no tienes esa tabla de salvación que puede suponer lo digital, naufragas», sentencia.
Las brechas tecnológicas son, por tanto, educativas, económicas o laborales. Para Guadián, de hecho, la peor consecuencia es precisamente la exclusión social. «Esa misma barrera tecnológica excluye a muchas personas de poder realizar tramitaciones online, pedir ayudas, recibir información adecuada o, sencillamente, poder comunicarse y relacionarse con amigos y familiares», analiza. «Si nuestra vida es cada vez más digital, desde recibir clases hasta solicitar una prestación por desempleo, tener o no tener las habilidades y competencias para ser digital tendrá una mayor implicación en nuestra dimensión social», resume Sánchez.
Stéphane Grueso, comunicador que lleva años visibilizando el activismo social desde entornos digitales, vincula de forma directa brechas tecnológicas y sociales: «No necesariamente una persona con menos recursos económicos va a tener una mayor dificultad para acceder a tecnología, pero sí que hay una clara correlación entre ambas brechas», señala. Y pone el foco en la parte «comercial en torno a la tecnología», en referencia a la necesidad de actualización constante para evitar la obsolescencia programada.
«Hay una parte económica en la brecha tecnológica, pero por otra parte se ha producido una gran democratización en el acceso a los medios tecnológicos», reconoce. Aunque advierte también sobre las consecuencias de esa tecnologización masiva para el desarrollo en el ámbito de la ciudadanía: «En este mundo de la hiperconexión, no poder participar en las últimas tecnologías puede complicarte todo. Tu forma de informarte o informar, las relaciones con otros, la participación política… no hay aspecto de la vida que no esté ya atravesado por la tecnología. Lo que más me preocupa es el riesgo de quedar fuera de la conversación, de no enterarte de lo que pasa».
ALFABETIZACIÓN Y RECICLAJE
«La alfabetización mediática y tecnológica sigue siendo extraña en nuestros centros escolares», lamenta Grueso. «Hay que meterlo de alguna forma en la currícula y así dar a todas y todos una base con la que poder participar con garantías en esta sociedad», reclama. En una línea similar opina Sánchez, que explica que cuando elaboraron un informe para el Observatorio Empresarial para el Crecimiento Inclusivo comprobaron que la desigualdad «ya no se concentraba tanto en los recursos materiales, en los dispositivos, sino en la capacidad para aprovecharlos o incluso obtener y discriminar información». Y ahí entra la necesidad de dotar de competencias digitales a la ciudadanía.
«Esa diferencia, que alude a las competencias, es más difícil de reducir porque también depende del capital cultural, relacional, el entorno… Es importante ser conscientes de que el problema no se soluciona solo porque la población sea cada vez más nativa digital. La brecha digital no es únicamente una cuestión de edad, generacional: hay que comprender cómo se generan los resultados de una búsqueda en internet, por ejemplo, conocer alternativas a las grandes plataformas. Existe el internet profundo… y luego la segunda página de Google», ironiza.
Al tiempo que nos ha dado más información, más capacidades y más herramientas, la tecnología también nos ha hecho más vulnerables y desiguales. Y cuesta trabajo vislumbrar un futuro en el que lo digital no esté en el centro de nuestra vida, de forma que esta brecha no desaparecerá por sí sola. ¿Cómo evitar entonces que esa grieta siga haciéndose grande?
«Es complejo y va a ser lento. Tenemos que realfabetizarnos de nuevo. Redefinir nuestra relación con la tecnología, comprenderla, controlarla y usarla. No va a ser fácil»
«Para intentar revertir una situación primero hay que ser conscientes de ella», apunta Sánchez. «Del mismo modo que planteábamos que no solo la edad decide quiénes están a un lado u otro de la brecha, es importante tener en mente que la desigualdad no es cuestión únicamente de contar o no con dispositivos y acceso. La renta, el lugar de residencia, la situación laboral y la formación académica también influyen», recalca.
«Algunas empresas ya están incorporando lo que llaman diseño responsable o desarrollo responsable. La ética en el uso de datos y desarrollo de sistemas de inteligencia artificial para reducir sesgos, por ejemplo, también es un punto interesante que puede tener implicaciones. Eso es parte de la solución, pero no podemos olvidar el papel de la regulación y la educación. Es importante fomentar una alfabetización digital crítica desde las escuelas, apostar por ella como estrategia de equidad. Sumar al factor compensador tradicional de la escuela esta nueva dimensión», propone.
«Es complejo y va a ser lento», considera Grueso. «Tenemos que realfabetizarnos de nuevo. Redefinir nuestra relación con la tecnología, comprenderla, controlarla y usarla. Y tenemos que hacer todo esto manteniendo independencia y soberanía. Hay muchos intereses de actores poderosos. Y, además, los Estados en general nunca han querido tener a ciudadanos informados, críticos e independientes», lamenta. «No va a ser fácil».