¿Quo Vadis Elon Musk?
Todo su poder, su influencia, su visión de futuro marcarán el camino de muchas personas; por eso hemos de preguntarnos hacia dónde va, hacia dónde nos llevará.
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Hablar de Elon Musk es hablar de un emprendedor adicto al trabajo que exige a los demás lo mismo que se exige a sí mismo. Cualquier artículo sobre él, sobre su vida, repasará sus éxitos profesionales y enumerará todas las empresas que ha ido construyendo o adquiriendo. Pero, además, Elon Musk es un visionario que quiere cambiar el mundo.
Hace unos meses fui a ver el espectáculo del Mago Pop en Barcelona y tuve la oportunidad de formar parte del mismo. No fue nada del otro mundo, pero mi intervención puso el nombre de Elon Musk en los labios de Antonio Díaz. El truco fue de adivinación: pidió a unas cuantas personas del público que pensáramos en un personaje, que lo escribiéramos, y el que yo escogí fue el de Elon Musk.
Siempre me ha parecido un perfil digno de seguir. No sólo es un visionario, también es un gamberro al que no le importa romper las normas para agrandar aún más su ego, si cabe. En su papel de multimillonario canalla se puede permitir cosas como fumarse un porro de marihuana en el programa de Joe Rogan, sin que —pese a ser contratista militar— le pase nada. Bueno, una inspección a SpaceX que costó 5 millones de dólares al contribuyente norteamericano.
No hay duda de que Elon Musk es un personaje con carisma, un tipo de persona que levanta pasiones y con una capacidad de liderazgo innata. Su influencia es tan grande que con un solo tuit puede provocar que se catapulte el valor de una criptodivisa como Doge, sobre todo después de retirar su apoyo a Bitcoin por un tema de consumo energético. Pasó de adoptar esta moneda con Tesla como inversión y fuente de pago, a dejarla de lado por Dogecoin. Esta decisión provocó que la primera sufriera uno de los mayores descalabros de su cotización y que la segunda, pese a la baja generalizada de las criptomonedas, aguantase el tirón.
Otro ámbito en el que tiene mucha experiencia es el de influencer financiero. Sus declaraciones le costaron, en su momento, la presidencia de Tesla por que la comisión del mercado de valores consideró que había influido en el valor de sus acciones. Otro momento destacable de su trayectoria fue cuando se sumó al subreddit de GameSpot y provocó que estas acciones se disparasen de forma inesperada.
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Invitación a Putin
Elon, como he dicho, marca tendencia. Si ClubHouse se pone de moda, él está ahí presente e incluso invita a charlar a Putin. Invitación que el Kremlin sopesó seriamente y que muestra que las relaciones internacionales se están convirtiendo en relaciones abiertas entre empresas y gobiernos. Bueno, más bien entre hiperliderazgos de la política y la empresa. Otro ejemplo es la venta de arte con NFT: si está rompiendo todos los esquemas, Elon anuncia que hará una canción sobre el tema y que la venderá como NFT.
Sus proyectos empresariales apuntalan las ganas de cambio. Su visión del mundo y de lo que quiere hacer está totalmente influenciada por su infancia, en la cual la ciencia-ficción tuvo un lugar preeminente. Star Trek, los viajes interestelares, la teletransportación y la inteligencia artificial marcan profundamente lo que quiere hacer y lo que aspira a conseguir.
Elon Musk ya ha apoyado en alguna ocasión la tesis de que la IA avanzada, en ciertos escenarios, podría poner en peligro la supervivencia humana. Por eso su papel en Open AI intenta definir un camino en el que la singularidad no suponga una verdadera amenaza para la humanidad. Mientras que con Neuralkink abre la puerta al transhumanismo mediante el uso de implantes en el cerebro con el objetivo de conectarlos con una inteligencia artificial.
En una ocasión dejó a un grupo de sus ingenieros en una isla, sin comida, estilo «supervivientes», cosa que los llevó a amotinarse contra él.
En todo este futuro que quiere modelar, el presente es muy importante. Elon Musk ha defendido en alguna ocasión la hipótesis de la simulación: una idea según la cual nuestra realidad física, lejos de constituir un universo físico sólido, forma parte de una simulación cada vez más sofisticada, parecida a un videojuego, formada por píxeles. Esta hipótesis no presupone un determinismo tecnológico; más bien, al modo de un personaje no jugable (Non Playable Character), tendríamos suficiente autonomía para definir nuestro futuro.
Un cohete soviético de segunda mano
Un futuro donde el espacio tiene un protagonismo esencial. SpaceX ha sido durante mucho tiempo su gran proyecto. La idea de llegar a Marte lo llevó a querer comprar un cohete soviético de segunda mano con el dinero que sacó de la venta de Paypal, pero los rusos se lo tomaron a broma y Elon se volvió a casa con las manos vacías y con el firme propósito de crear su propia empresa. Empresa en la que el capitalismo más salvaje afloró en sus exigencias al personal. En una ocasión dejó a un grupo de sus ingenieros en una isla, sin comida, estilo «supervivientes», situación que los llevó a amotinarse contra él.
Son muchas las anécdotas sobre Elon y su personal. Como, por ejemplo, el despido de la que fue su asistente durante más de doce años, Mary Beth Brown, porque le pidió un aumento de sueldo. O si nos fijamos en su desembarco en Twitter: despidos masivos, suspensión del teletrabajo, empleados durmiendo en la oficina y una infinidad de sacrificios para agradar a una persona que o bien adoras o bien odias.
Se ve a sí mismo como alguien que salvará al mundo porque, cuando la Tierra se acabe, él venderá billetes a Marte.
No conoce límites o, al menos, eso dicen. Puede personificar tanto a un titán de la mitología griega como a Perseo, que robó el fuego para llevárselo a los humanos: alguien que podría ser perfectamente Tony Stark y su alter ego, Iron Man. No podemos olvidar su intervención en el rescate de los niños atrapados en una cueva de Tailandia, donde propuso utilizar un minisubmarino hecho con piezas de cohete. O su oferta más reciente de poner Starlink, su red de satélites, al servicio del gobierno de Ucrania para ayudarle en su lucha contra Rusia.
Delirios de grandeza
El caso es que se ve a sí mismo como alguien que salvará al mundo porque, cuando la Tierra se acabe, él venderá billetes a Marte. Y no puede decirse que peque de sueños excesivos ni del síndrome del impostor. Ya ha demostrado de sobras que es capaz de hacer lo que se proponga. Aunque quizá sí tiene algo de megalómano, de delirios de grandeza. Podríamos decir que sufre un trastorno narcisista de la personalidad por su ego excesivo. Y el mejor ejemplo de todo esto nos lo dio el día que se otorgó a sí mismo el título de «Tecno Rey de Tesla» y a su director financiero, Zach Kirkhorn, el de «Maestro de la moneda». Suena tanto a… juego de rol, a un relato de caballería, a Juego de Tronos. Una autocoronación que recuerda la de Napoleón, personaje a quien, por cierto, tiene en alta estima. Esperemos que sus ansias de conquistar el mundo no sean las mismas, o al menos no de la misma manera.
Después del tira y afloja del proceso de venta, Elon ha entrado en Twitter como elefante en cacharrería.
Ahora estamos disfrutando del serial sobre qué será de Twitter en manos de Elon Musk. Después del tira y afloja del proceso de venta, Elon ha entrado en Twitter como elefante en cacharrería. Ha hecho despidos masivos, para arrepentirse luego de la marcha de alguno de los empleados. Ha puesto en marcha un servicio (Twitter Blue) que ha tenido que cerrar por suplantación de perfiles, ya que permitía la verificación de perfil por solo ocho dólares al mes. Ahora lo ha vuelto a abrir con nuevos controles de seguridad, pero eso solo ha sido una muestra de su carácter impulsivo a la hora de tomar decisiones. Un ejemplo más: por temor a los sabotajes, llegó a ordenar la paralización de la edición del código fuente de la aplicación para asegurar su estabilidad. E incluso llegó al extremo de cerrar las oficinas como respuesta a las protestas de sus trabajadores.
‘Vox populi, vox Dei’
Muchos ya dan por muerto Twitter. Una aplicación a la que Musk le encontraba sus pros y sus contras y a la que ahora pretende darle todo su potencial en lo relativo a la libertad de expresión. Por eso incluso le ha devuelto a Donald Trump su perfil, después de una consulta popular con un tuit. Una consulta en la que, al modo de un emperador romano, ha alzado el pulgar para mostrar su aprobación. Una consulta en la que han votado más de quince millones de usuarios y que han presenciado más de ciento treinta y cuatro millones de personas. Una consulta que Elon dio por terminada con las palabras Vox populi, Vox Dei, frase que todavía subraya más el populismo que promueve y al que no quiere enfrentarse. En esta línea, ha seguido haciendo consultas populares; ha consultado incluso si él debería continuar al frente de la compañía, con un resultado negativo por parte de los usuarios. Otra cosa es que acepte la decisión. De momento, lo que quiere hacer es limitar la participación en estas votaciones a quienes paguen la cuota de Twitter Blue.
La simplificación del discurso que genera Twitter es un arma peligrosa bajo el control total de un hombre del carisma de Elon Musk.
A nadie se le escapa que ha publicado en Twitter lo que le ha dado la gana. Desde memes hasta tuits criptográficos que han provocado todo tipo de reacciones. Incluso ha llegado a relacionar a Justin Trudeau con Hitler por las protestas antivacunas de los camioneros. El caso es que la simplificación del discurso que genera Twitter es un arma peligrosa bajo el control total de un hombre tan impulsivo como Elon Musk. Si a partir de ahora Twitter es su juguete favorito, con el que definirá su estrategia de comunicación, podemos esperarnos cualquier cosa.
De su propio partido
¿Y en política? ¿De qué pie calza Elon Musk? Podemos pensar, por su liberalismo salvaje, que es republicano, incluso por las declaraciones de apoyo a algún candidato de este partido. Pero eso no impide que votara en el pasado al Partido Demócrata. La verdad es que ha hecho donaciones a diestra y siniestra, ha criticado a diestra y siniestra y tiene intereses a diestra y siniestra. Critica las ayudas gubernamentales, pero sus empresas se benefician de ellas. Levanta la bandera de la libertad de expresión, cosa que aplauden las voces más conservadoras. Criticó duramente el confinamiento por el Covid-19, porque interfería en sus empresas. Aboga por el medio ambiente con los coches eléctricos. Y así podríamos seguir enumerando acciones y declaraciones que se decantan por los republicanos o por los demócratas. Pero la conclusión a la que apuntan todos los indicios es que Elon Musk es de su propio partido, el de su propia ideología.
Todo su poder, su potencial, su influencia, su visión de futuro, marcará, para bien o para mal, el camino de muchas personas; por eso hemos de preguntarnos hacia dónde va, hacia dónde nos llevará.
¿Quo Vadis Elon?