Carlos Guadián

Comunicación Digital

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Data Analysis

Análisis de Redes Sociales (ARS)

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⏯️ Youtubers, todo por la audiencia

⏯️ Youtubers, todo por la audiencia

¿Cuántos youtubers han traspasado las normas y han ido más allá para gastar una broma? ¿Cuántos hacen lo que sea por la audiencia? ¿Todo vale para tener enganchados a la pantalla a tus seguidores? ¿Hay youtubers que van más allá de lo legalmente permitido por ofrecer información?

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Todos tenemos en mente el bofetón que se llevó MrGranBomba al llamar cara anchoa a un repartidor en Alicante, si no volverlo a ver porque merece la pena…

Fue algo muy sonado hace cuatro años. Un tema que volvió a ponerse en candelera a raíz de la denuncia del repartidor por injurias al youtuber por un módico precio de 500.000€. El desenlace tampoco tiene desperdicio. Archivaron la causa por que cara anchoa no viene recogido en la RAE y por lo tanto no se puede considerar injuria grave.

Como este hay mil ejemplos sobre los que podríamos hablar. Sitios como Youtube o TikTok se han llenado de bromistas pesados que les vale todo con tal de tener su momento de gloria en la economía de la atención.

Los hay incluso que no aprenden como los Stokes Twins que simulaban robar bancos, creando la consecuente alarma social, y que tras toparse con la policía volvieron a hacer otro intento. La broma les puede suponer hasta 4 años de cárcel. Este tipo de broma, la simulación de un atraco, va muy cotizada. Tanto que son capaces de pagar hasta con su vida, como le pasó a Timothy Wilkins en febrero de este año.

Pero también hay otros que se la juegan colándose en sitios, ya sea para informar, o por el mero hecho de poder grabar en un sitio prohibido. Es lo que ha hecho César Galaviz al colarse en las instalaciones de Space X en Texas para grabarse con el prototipo de nave espacial de Elon Musk. El resultado, audiencia, mucha audiencia, pero también una orden de arresto emitida por el sheriff del condado de Cameron.

Youtubers, esclavos de sí mismos.

En 2018 Liliana Arroyo ya escribió sobre el tema, sobre la extenuación que supone ser esclavo de una audiencia y en consecuencia de unos ingresos.

En el mundo digital, fidelizar sumerge en una espiral de autoexigencia y superación permanente que puede acabar quebrando a la persona. Todos tienen que hacer equilibrios sobre la delgada línea que hay entre ser ‘youtuber’ y convertirse en esclavos de sí mismos.

Ese nivel de autoexigencia llevó a caras tan conocidas como InesMellaman o El Rubius a tener que hacer un parón temporal en su carrera.

Y ese ser esclavos de sí mismos es ser en realidad, esclavos del algoritmo. Los cambios que una plataforma como Youtube realiza de vez en cuando provoca que lo que funcionaba, ya no funciona y en consecuencia rompe el modus vivendi de muchos creadores de contenido. Otros motivos para su abandono a considerar son la sobreexposición pública y la pérdida del anonimato. Pero creo que esto da tema para otro día.

Influenciadores ¿buenos o malos?

Volviendo sobre el hecho de sobrepasar los límites. El principal problema es el daño que pueden llegar a provocar en las personas que reciben de manera directa esas bromas, pero sobre todo la influencia que generan en miles y miles de niños y niñas que se dedican a emular las bromas de sus youtubers preferidos. Cambiar la pasta de dientes o el champú por algún producto que manche o incluso por una crema depilatoria. Rellenar galletas Oreo con pasta de dientes o cualquier otra cosa que podáis imaginaros.

Aunque también los hay que ejercen una buena influencia. Tenemos montones de youtubers que se dedican al periodismo, la educación, a la literatura, al arte, a la música o al entretenimiento sin necesidad de transgredir ninguna norma. Algunos ejemplos son Smile and Learn, Planeta Histórico, Quantum Fracture, El Robot de Platón o Julio Profe.

El caso es que hoy en día multitud de niños y adolescentes ven sus youtubers de cabecera su profesión de futuro. Aspiran a ser como El Rubius, Vegetta777, AuronPlay, TheGrefg o WillyRex, pero de lo que no son conscientes es de lo que realmente supone ser tan esclavo de una audiencia, de unos algoritmos que a algunos les van a obligar a ir más allá de lo permitido para poder seguir estando en el candelero.

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