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¿Estamos preparados para que nos gobierne una Inteligencia Artificial?

¿Estamos preparados para que nos gobierne una Inteligencia Artificial?

Poco a poco los algoritmos se van incorporando en la política y el gobierno de los países, ¿queremos que nos gobierne una inteligencia artificial? «Uno de cada cuatro europeos ya confía más en una Inteligencia Artificial que en un político» este es el titular con el que un artículo llama la atención sobre un estudio realizado en la Unión Europea por ie.

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Este estudio analiza los principales indicadores tecnológicos en el ámbito social europeo y determina lo que dice el titular mencionado. Resulta algo paradójico que también en el mismo estudio los usuarios reclamen una mayor regulación por la automatización de los servicios y negocios.

La llegada de la singularidad

Lo cierto es que el amor-terror que sentimos por la inteligencia artificial se puede captar desde varias perspectivas. Pero todas enfocan a la posibilidad que un día un algoritmo superior pueda decidir sobre nuestras vidas.

Ese punto en el que una inteligencia artificial supere a la mente humana, llamado singularidad, es el reflejo de muchos relatos distópicos como Matrix o Terminator. Pero también llevan poco a poco, como Yuval Harari describe en Homo Deus a una sociedad ya descrita por Aldous Huxley en «Un mundo feliz». Una sociedad narcotizada en la que se le ofrece aquello que quiere, pero que al fin y al cabo no tiene opciones para poder decidir.

Otras sociedades distópicas como 1984 de Orwell ya enfatizan la posibilidad de una sociedad vigilada. Una sociedad vigilada actual en la que priman los datos para que con la excusa de poder ofrecer lo mejor al usuario / ciudadano los encapsulen en burbujas informativas, relacionales y de consumo limitando el libre albedrío.

IA buena, IA mala

La Inteligencia artificial se desarrolla a marchas forzadas. Lo acapara todo y la discusión sobre la necesidad de una ética que la defina ya se ha puesto encima de la mesa. Podemos encontrar multitud de libros que abogan tanto por la existencia de un lado oscuro, cómo por aquellos que son tecnoentusiastas.

Para retratos del lado oscuro que se nos puede venir encima os recomiendo Ciberleviatán de José María Lasalle. Una reflexión sobre un futuro que podemos evitar, que provoca la imagen de una distopía de la que podemos ver muchos síntomas en la realidad que nos rodea.

Pero no es habitual encontrar publicaciones en un término medio que pongan a las personas como el centro neurálgico de un futuro que ellos mismos han de definir cómo quieren que sea.

En esta línea encontramos a Kai Fu-Lee, expresidente de Google China, con AI superpowers o a Tim O’Reilly con economía WTF describen escenarios en el que las personas, como creadoras de los algoritmos, tenemos en nuestras manos la capacidad de definir el futuro que queremos.

También «Vida 3.0» de Max Tegmark aporta un abanico interesante de posibles futuros basados en diferentes tipos de Inteligencia Artificial conseguida. Desde aquella que es beneplácita y está supeditada al bienestar de la humanidad, hasta la que adquiere consciencia propia y nos esclaviza.

Esta posición no quita, por supuesto, que la teoría del valle inquietante nos diga que cuando un robot se asemeja demasiado a un humano, nuestra respuesta sea de rechazo. Quizá por esta razón, la posibilidad de que nos gobierne una inteligencia artificial no contempla que esta tenga forma humana, sencillamente la apariencia etérea de un algoritmo.

Intentos para que gobierne una inteligencia artificial

Hasta ahora han sido pocos los intentos que un algoritmo ha optado a tener un puesto de responsabilidad en política, es decir, para que gobierne una inteligencia artificial. Watson de IBM se posicionó contra Trump, en Japón Michihito Matsuda presentó a un robot para acceder a la alcaldía, en Rusia el nombre asignado a la inteligencia artificial fue Alice y en Nueva Zelanda su nombre fue SAM. En India también se preguntan si la próxima generación de políticos pueden ser robots. Así mismo, en Reino Unido también se preocupan por el tema. El caso es que el debate está servido en todo el mundo.

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Los resultados de momento han sido negativos para estos intentos, pero no hay que descartar que pueda llegar a ocurrir que una Inteligencia Artificial ostente un cargo político.

El primer paso es que esa inteligencia, materializado o no en un robot, sea sujeto de derechos. Y ya tenemos un caso, concretamente algo además muy paradójico, ya que es Arabia Saudí la que concedió a un robot, Sophia, la ciudadanía, teniendo más derechos incluso en su momento que las mujeres en ese país.

Si tenemos en cuenta que multinacionales, corporaciones, países, unidades administrativas, etc., son sujeto de derecho también. No sería de extrañar que en breve este tipo de entidades empiecen a tenerlos para poder ostentar cargos de responsabilidad política.

Poco a poco, los algoritmos empiezan a ostentar responsabilidades. Hace poco Deep Knowledge Ventures incorporó a su consejo de administración una #IA teniendo voto de pleno derecho. Y no es descabellado pensar que en poco tiempo este tipo de figuras empiece a ser algo normal y habitual para que gobierne una inteligencia artificial.

Si lo pensamos fríamente, los algoritmos hace tiempo que han tenido su papel protagonista en la democracia occidental. Si recordamos el escándalo de Cambridge Analytica podemos darnos cuenta de que un algoritmo era el que ayudaba a modelar el voto a través de mensajes bien segmentados. Muchos de los bots en redes sociales también están gestionados por algoritmos que les dicen cuando publicar, qué publicar y a quién mencionar. Lo que leemos, la información que consumimos está predeterminada por algoritmos que nos ayudan a polarizar nuestras posiciones. Por lo tanto, podemos considerar que la inteligencia artificial en cierta manera ya ha conquistado la democracia.

Ya podemos encontrar propuestas de investigación de Inteligencia Artificial enfocadas directamente a sustituir a los políticos en su toma de decisiones. César Hidalgo, director del grupo de aprendizaje colectivo del Media Lab del MIT propone un Senador personalizado.

Por último, hay un aspecto que no podemos dejar de lado y que está directamente relacionado con la figura de que nos gobierne una inteligencia artificial. Es el papel que esta tendrá dentro de las administraciones públicas. Por lo tanto, no es solo el papel «político», sino el «técnico» el que se debe tener en cuenta. Una implementación de una IA en el sector público tiene muchas implicaciones, decisiones que nos afectarán más allá de un tipo u otro de programa político. Carles Ramió en «Inteligencia artificial y Administración pública: Robots y humanos compartiendo el servicio público» da una visión de lo que puede suponer la introducción de la IA en las AAPP, de posibles escenarios a tener en cuenta y de recomendaciones. Otro libro interesante es el de Óscar Cortés sobre el tema.

En “The Ethical Machine” un proyecto de Dipayan Ghosh, director del Shorenstein Center at the Harvard Kennedy School, tienen como objetivo el diseño de algoritmos justos. Para ello promueven debates tan interesantes como el diseño e implementación de la IA en programas asistenciales, o la definición de un estado totalmente automatizado. Iniciativas de estas características avanzan en hacia una actitud preventiva y proactiva. Intentando evitar distopías como 1984 de Orwell o el mundo feliz de Huxley en el caso de que gobierne una inteligencia artificial.

La sustitución de la política y la gestión del sector público por una Inteligencia Artificial pone de manifiesto la caída de confianza de la ciudadanía en los políticos y en las instituciones. Si a pesar de las reticencias que tenemos en las decisiones que toman estos sistemas que nos afectan directamente, aumentamos nuestra confianza en que lo puedan hacer mejor que nuestros políticos actuales es que la única esperanza que nos queda es la llegada del transhumanismo antes de que gobierne una inteligencia artificial.

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